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Habla el río:Al principio mi deseo no tenía formay, tomándola, ennegrecióamplios olivares.Vine a parar a esta ínsula extrañahuyendo de la materia,un día hará cuatrocientos años,y prometí mudar el cuerpo cada estación,unas veces inundándome, otras sembrando mi materiaentre veredas puras.Rama salicácea, estoica verdura sobre el manto repujado para elhambre, ¿no es posible abandonarlo entre vosotras? Cada nocheaparece un hombre en la verdinay ansioso lo recibo hasta mi desborde(ya dirá la mañana de las culpas y los barros).Y llegaste tú, auxilio,raquítica niña de mi amparo,manto de edificio en mis orillas,sin saber, amor,a qué turbia liquidez estaba consagrado,cuánto había pasado aquella noche.Tomé mi deseo y lo eché al polvo,tiñendo la turba con virtudes secretas ahora eres dueña de un barro azul y moldeable,ánfora y candado, fluido contenido en la morada.Agua de mi agua resguardada, hija de mi cerámica para el líquido,estirpe de mi hueco entre la gente.Un día de estos, serás vacío para el vacíoen el espacio liberado entre mis islas.A ti te perdono solamente.?Este es un paseo por la margen de un río en obras. Entre escombros, bloques de pisos de lujo a medio construir y alfares en desuso, el protagonista de Las cañadas oscuras se encuentra con sus amantes en fiestas flamencas que se prolongan hasta el amanecer. Al cruzar el río de vuelta a casa, a veces se topa con la extrañeza de un territorio inestable y, otras, presencia el éxodo a las periferias, provocado por la especulación inmobiliaria y las inundaciones. Los poemas recorren estos hechos, entre lo histórico y lo imaginativo, para lograr una expresión verdaderamente urbana y contemporánea que reconoce el ritmo de la ciudad como la medida justa del verso.
Agotado