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La soledad ha sido definida como una pandemia silenciosa que afecta ya a una de cada cuatro personas en los países industrializados y que tiene un impacto negativo sobre la salud física y psíquica, y sobre la calidad de vida de las personas que la padecen. Se entiende por soledad impuesta o no deseada aquella sensación subjetiva de discrepancia entre las relaciones sociales que tiene una persona y las que querría tener. Esta soledad no deseada se compone de la experiencia de carencia en la cantidad y calidad de los vínculos con otras personas (desconexión emocional) y del aislamiento social y la carencia de redes sociales en el entorno próximo, y produce dolor, miedo, angustia o tristeza. Si bien el sentimiento de soledad está muy determinado por episodios biográficos como la pérdida de un ser querido, la salida del mercado laboral, la ruptura de una relación de pareja, etc., acontecimientos vitales que llevan al precipicio de la soledad, esta no es un simple problema individual, sino que obedece a factores estructurales de organización de la convivencia. Por ello, planteamos un análisis de este fenómeno sobre tres ejes: (1) el auge del individualismo y el declive de las redes de apoyo social y familiar (desafiliación) (2) la crisis de los cuidados en un contexto de desigualdad y precariedad crecientes y (3) la ambivalente relación del individuo con las tecnologías digitales.
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